sábado, 16 de abril de 2011

"No podemos ignorar la procedencia de lo que comemos" de Jonathan Safran Foer

16.04.2011
JONATHAN SAFRAN FOER

Escritor. Tras las novelas Todo está iluminado' y Tan fuerte, tan cerca', levanta heridas con el ensayo Comer animales', una oda al vegetarianismo y reportaje sobre el lado oscuro de la agroindustria.

Jonathan Safran Foer, esta semana en su barrio de
Park Slope en Nueva York. Stefanie Dworkin.
Jonathan Safran Foer prefiere hacer la entrevista fuera. Es uno de los primeros días de primavera en un Nueva York castigado por un invierno interminable. Se sienta en las escaleras de una de las casas particulares de Park Slope, en Brooklyn, el barrio de literatos como Paul Auster y actores como John Turturro, para explicar por qué decidió pasar tres años de su vida investigando y militando contra los abusos de los mataderos industriales, uno de los temas que repasa en su nuevo libro, Comer animales.
"Vivimos en un mundo más complicado. Vivimos más tiempo, tenemos más dinero, pero también más responsabilidades que nuestros padres. Pensar en la procedencia de la comida es una de ellas", dice Foer. "Uno puede ser inconsistente en su vida; otra cosa es elegir ser ignorante con la excusa de no querer saber".

Comer animales (Seix Barral) es a la vez una reflexión moral y filosófica sobre porqué comemos ciertos animales (pollos, vacas) y no otros (perros, gatos, al menos en Occidente), una oda al vegetarianismo, un meticuloso reportaje sobre el lado oscuro de la agroindustria y una historia familiar que empieza con el pollo con zanahorias que le cocinaba su abuela (el mejor chef del mundo) cuando era pequeño y las angustias de su futura paternidad.
Vegetariano por temporadas desde muy joven, Foer se planteó la cuestión de la dieta a seguir al tener que decidir si criar a su primer hijo en el vegetarianismo o no. Una investigación médica, científica, social, económica e histórica en torno al tema de la comida le llevaron a la conclusión de que la industria alimenticia, la que más dinero mueve en el mundo, la que más consecuencias tiene sobre el medio ambiente y la que mayor impacto directo tiene sobre nuestra salud, es sobre la que menos información dispone el ciudadano. La gran cuestión no es hacer proselitismo de un tipo de alimentación, sino proporcionar la información adecuada para tomar decisiones propias a la hora de comer.

Foer se centra en EEUU, donde los gigantes de la alimentación, algo menos controlados que en Europa, atropellan las leyes naturales en pos de la productividad. Los apabullantes abusos de la industria han sido tratados en documentales como Food, Inc. (2008), un análisis ilustrado, pormenorizado y difícil de digerir sobre los criaderos de pollos y mataderos de carne; o en denuncias contra la comida basura, Super Size Me (2004), que se han vendido muy bien en un país que de pronto descubre y se interesa por lo que come.

Todo lleva a la hipocresía

"He tomado la decisión de no comer carne, pero no la impongo. Todos somos hipócritas. Como huevos y leche, algo que no debería hacer si siguiera las pautas de conducta que me he dictado. Soy un hipócrita increíble en lo que se refiere a mi tiempo y mi dinero y cómo los gastamos. La perfección ética no es realista y además es molesta, y empobrece la vida. Pero sí creo que debemos fijarnos cierta meta. Por ejemplo, en Greenpeace ya no sirven carne en sus eventos, no porque sean vegetarianos, sino porque saben que tenemos que comer menos carne globalmente. Chefs como Eric Ripert, del restaurante Le Bernardin, me piden hablar en sus cocinas y eso que su vida consiste en cocinar animales".

El panorama literario está lleno de flores de un día que consiguen ventas inesperadas en su primera obra y luego no llegan a mantener una consistencia creativa, paralizados por las inalcanzables expectativas o simplemente porque sólo les daba para un libro. No es el caso de Foer (Washington D.C, 1977), que saltó a la fama a la tiernísima edad de 25 años, en 2002, con Todo está iluminado (Lumen). Lo escribió cuando todavía estudiaba en Princeton y pasó del anonimato al estrellato instantáneo. En 2005 cosechó otro éxito con Tan fuerte, tan cerca (Lumen). Ahora, con Comer animales sorprendió en EEUU a la crítica y lectores por el tema y el tono.

"El dinero me ha dado tiempo, es lo único que puede darte realmente", explica Foer, que reconoce que escribir es un proceso algo desordenado porque siempre trabaja en varias cosas a la vez, "que pueden morirse o fusionarse o transformarse en otra cosa".
De momento, sin abandonar su carrera literaria, se centra en su causa. "En EEUU, el 99% de la carne es industrial y en Alemania lo es el 95%. Fue un invento americano, pero se ha convertido en un problema local. Mis editores no sabían cómo iba a funcionar el libro en Europa, donde el vegetarianismo no es tan popular. Pero funcionó muy bien, mucho mejor que mis novelas. Tenemos ideas preconcebidas sobre lo que le interesa a la gente. Y la idea es que en Europa la gente tiene esta cultura de la comida, pero de hecho eso les da más resistencia frente a cadenas como McDonalds o la agroindustria".

Cultura obesa

Los estadounidenses tienen un contacto liofilizado con la comida. Aquí las gambas, los pollos y bastante pescados se venden sin cabeza. Encontrar supermercados bien abastecidos de verduras y frutas en barrios desfavorecidos es casi imposible. La obesidad se ha convertido en un baremo social que afecta a un número creciente de niños. EEUU adora a los animales. Adora tenerlos en sus casas y adora comérselos (no los mismos). Se calcula que 46 millones de estadounidenses tienen un perro, y otros 38 millones un gato (en total, algo menos de un tercio de la población local). Y en un año se comen 12.000 millones de toneladas de carne, otras tantas de cerdo y 17.000 millones de toneladas de pollo. Reflexionar sobre el porqué y el cómo no es del todo mala idea, asegura Foer.

El escritor recoge el testimonio de una activista que va rescatando pollos en mataderos, del responsable de una granja industrial, de un granjero vegetariano y de un militante de PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), la organización extrema que protege los derechos de los animales. "aEs muy difícil averiguar de dónde viene nuestra comid y si lo intentamos es como si fuera terrorismo. En lo que respecta a la carne, puedes acabar en la cárcel. No podemos fiarnos de las grandes corporaciones, porque mienten", insiste Foer.
Ya se sabía lo de la alta concentración de metano de los excrementos de las vacas, pero Foer explica además que la agricultura industrial genera 40% más gases que contribuyen al efecto invernadero que todo el transporte del mundo junto.

Simpatía por la tradición

Los críticos en EEUU han alabado la brillante prosa de Foer, pero también le han reprochado su rigidez. El autor habla de "guerra", de "sadismo", y amoralidad en general, al denunciar los abusos de la agricultura industrial, que por otra parte ha permitido el acceso generalizado a una proteína barata. El escritor muestra simpatía por un criador tradicional de pavos, pero no consigue franquear la barrera cultural de un matadero local de cerdos en Misuri, irónicamente llamado Paraíso, que hace todo lo posible por demostrarle que trata lo más humanamente posible a sus condenados.

Foer lleva sus principios hasta la mesa. "Está mal sentarse en silencio con amigos que comen cerdo industrial por muy difícil que sea decir algo", escribe en su libro. "Los cerdos tienen mentes despiertas y viven vidas miserables en esas factorías. La analogía de un perro encerrado en un armario es justa, aunque quizás algo generosa".

Y volviendo al pollo con zanahorias, el origen de toda la historia, ¿qué pensó su abuela que consiguió a base de penurias escapar del Holocausto al vegetarianismo militante de su nieto? "En cierto sentido he escrito todos mis libros para mi abuela. Han sido traducidos a 36 idiomas, pero irónicamente hay un idioma en el que nunca van a ser traducidos y es el yiddish, que es lo que realmente habla. Lee mi trabajo en inglés, pero le resulta difícil. Recuerdo estar en su casa poco después de la salida de Comer animales y preguntarle si pensaba que los animales podían sufrir. Me miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo, pero yo no sabía si era porque pensaba que sí podían sufrir o no. Me dijo: Claro que sí. Todo el mundo que ha tenido algún contacto con los animales lo sabe'. Me dijo que era demasiado vieja para cambiar y eso lo respeto. Respeto a la gente que confiesa que ha pensado mucho en el tema y luego no está para nada de acuerdo. Lo que me resulta difícil de respetar es gente inteligente, activa políticamente, que simplemente se niega a pensar en ello. Eso es decepcionante".

Fuente: http://www.publico.es/culturas/371556/no-podemos-ignorar-la-procedencia-de-lo-que-comemos

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